El
amor después del final feliz. Ante la premisa de un amor octogenario, Michael
Haneke explora, más allá del edulcoramiento típico que suponen las historias
románticas, el valor que se necesita para continuar. No nos plantea el
nacimiento de un tórrido encuentro amoroso, sino el poderoso sentimiento que lo
hace trascender. La pasión, la lujuria, el desenfreno son solo parte del climax
en la relación de dos personas que se quieren, pero llega el momento en el que
el sentimiento profesado tiene que ser demostrado. Así, en una dura crisis,
pero cotidana, la película se va desarrollando, aprovechando la aparentemente
sencilla situación que viven sus personajes, para lograr un portentoso
ejercicio conematográfico y libre de cualquier efectismo. La cámara sabia de
Haneke y su mirada siempre analítica no da cabida a aparatosidades para
alcanzar su objetivo. Capta las atmósferas más incómodas y aterrados con
extrema naturalidad. Amén al par de actores protagonistas, que bajo la mano de
un director comprometido con explorar sus personajes y dedicar el tiempo para
conocerlos y darles vida, regalan dos interpretaciones celestiales y terribles,
con un nivel austeridad que logra la credibilidad necesaria para verlos como
humanos y no simples maniquíes andantes. Obra maestra y necesaria.
También la considero una de las mejores películas del año. No siempre Haneke me gusta pero esta vez, sí. El punto fuerte son el buen hacer de sus dos protagonistas (me ha gustado mucho más él). Es una historia dura, pero es una parte de la vida.
ResponderEliminarSaludos.
Ay, qué flojos estamos, Carlos. Con lo que molan los Machete y el año pasado nos dejas sin ganadores y este año entregas solo uno, ¡y simbólico! El machete te lo agradecerá Trintignant para pillar a la jodía paloma de los huevos :P
ResponderEliminarBueno, ya sabes lo que pienso, me pareció una buena peli, pero no me sobrecogió como al resto de los mortales. Pero no me importaría volver a verla e intentar sacarle más jugo. ¡Muy buen análisis por cierto!
¡Un abrazo!